miércoles, 30 de octubre de 2019

RELATO: Unidos por el mal



978 d.C.
Imperio Germánico, Monte de Brocken;


Un grito monstruoso resonó en la noche. En lo alto del monte, se distinguía una ligera luz anaranjada. Una hoguera.
Los dos jóvenes no se atrevían a salir de su escondite. Llevaban horas allí, deseosos de saber qué ocurría en esa noche. Era la noche del 30 de abril, la célebre Noche de Walpurgis, y los dos hermanos habían oído cientos de historias escalofriantes acerca de seres monstruosos y asesinos sobrehumanos que se reunían en ese monte dos noches al año; ésa especialmente y la del 31 de octubre, la víspera de la Noche de Todos los Santos. De pequeños siempre se iban a la cama de sus padres en cuanto llegaba esa noche. Después de escuchar los relatos, no querían ser despedazados por hombres con cabeza de animales o mujeres que se beberían su sangre si los encontraban. Pero ahora habían crecido. Casi habían alcanzado la edad adulta y querían averiguar si aquello era cierto. Y por el momento, parecía que así era.
—Tal vez no sean más que cuatro ladrones que se han reunido allí. O asesinos. Padre dijo que los vio por el camino —al joven le temblaba la voz.
Su hermana lo miró con aires de superioridad.
— ¿Vas a rendirte ahora, rata cobarde? Aunque lo sean, siempre podemos contárselo a las autoridades —le espetó con dureza. Su madre le decía que había heredado la rudeza de su padre. No era la más agraciada del pueblo, ni la más elegante, pero sí la más valiente y segura, y sabía que de eso se enorgullecían sus padres —Acerquémonos más; desde este arbusto no se ve nada.
—Has oído un grito y has visto una hoguera, ¿no es suficiente por esta noche?
— ¡No! —se molestó su hermana—. Además, tampoco sabemos si es una hoguera; podría ser cualquier otra cosa.
— ¡Dime qué otra cosa podría ser! —le rugió su hermano, bajando la voz en cuanto se dio cuenta de que había hablado demasiado fuerte.
La joven lo miró con sus enormes y brillantes ojos castaños. En esa postura se asemejaba mucho a su madre, piel lisa y brillante, nariz aguileña, labios carnosos, cabellos largos y rizados, negros como la noche. Su hermana no era demasiado presumida, por lo que, en cuanto los hombres discutían por ella, ella se sumaba a la discusión. Jamás la había visto locamente enamorada de un hombre, y eso, en cierto modo, le gustaba.
—Eso es lo que voy a averiguar ahora.
Acto seguido, se incorporó y empezó a andar a grandes zancadas por el matorral. Los dobladillos de su vestido se enredaban con las hierbas, así que ella tiraba con todas sus fuerzas, sin pensar que, al día siguiente, vería su falda destrozada. Escuchaba las pisadas de su hermano tras ella, por lo que se sintió más segura. Ella no se consideraba una mujer con miedo, pero si se encontraba con Arlen, su hermano, notaba que estaba protegida. Más de una vez los habían comparado con los hermanos Hansel y Gretel, ya que ellos dos llevaban a cabo aventuras por el bosquejo de Brocken desde que eran infantes, al igual que los niños de la historia. No obstante, nunca se habían encontrado con una bruja que les ofreciera dulces. Ésa era una de las razones por las que Kasside quería estar allí esa noche.
Quería ver a una bruja de verdad.
Se detuvo en otro matorral de gran tamaño, y se escondió tras él. Por suerte, los ramajes de éste eran muy espesos, por lo que estaba segura de que nadie los vería. Arlen llegó poco después a su lado, luchando con los herbajes del camino.
Cuando el silencio volvió a restablecerse entre ellos, la joven tomó el valor de levantar la cabeza y ver qué había en la ladera de esa montaña en tan especial noche.
Efectivamente, había una pequeña hoguera que no alcanzaba a iluminar todo el sendero, por suerte. A su lado, había una enorme piedra cuya superficie parecía tan lisa como la de un espejo.
—No hay nadie —comentó el joven.
Oían únicamente el crepitar de las llamas. Ningún animalillo canturreaba esa noche. Y quien fuere el autor del grito que habían oído antes, se había esfumado por completo.
—Estamos solos en el Brocken, en la mítica noche de Walpurgis —canturreó Kasside, tratando de asustar a su hermano, y tuvo éxito cuando éste la miró con desafío.
— ¿A que no te atreves a ir junto a la hoguera?
La cara divertida de su hermana cambió por completo. Jamás pensó que su hermano le pediría algo así; siempre era ella la que lo retaba a realizar tareas de las que sabía no era capaz.
—Después de ti —ofreció Kasside—. Yo he sido la que ha venido aquí primero. Ahora te toca a ti ser el primero.
La joven alcanzó a oír cómo tragaba saliva en cuanto se incorporaba tembloroso. Sabía que no quería hacerlo, pero no quería volver a parecer un miedoso delante de su hermana, así que empezó a caminar lentamente hasta salir de su escondite mientras cerraba los puños con fuerza. Kasside sólo veía su silueta negra ante la luz de la hoguera cuando ella decidió seguirle. Creyó que no había peligro.
No se atrevieron a decir absolutamente nada mientras recorrían el camino que sabían podía cambiar su parecer hacia los cuentos que los juglares cantaban con acompañamiento musical en las plazas del pueblo.
En cuanto llegaron al lado del fuego, se miraron sonrientes. No corrían peligro. Sus corazones palpitaban con fuerza todavía por el miedo. Kasside vio cómo su hermano empezaba a bailar alrededor del fuego.
— ¡Estoy cantando alrededor del fuego en la noche de Walpurgis! Mírame, Kasside.
La joven rio a carcajadas mientras aplaudía su extraña danza.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que su hermano inició su baile hasta que ella escuchó un ruido tras ella. Se giró espantada, sintiendo un escalofrío en su espalda. No vio nada, probablemente a causa de la oscuridad. Volvió a mirar a su hermano, que no parecía haberse dado cuenta, pero decidió no bajar la guardia.
Oyó murmullos a su alrededor, por un momento le pareció que eran voces, pero descartó aquella idea, ya que lo que escuchaba no parecía pertenecer a lo humano.
Se giró de nuevo, mirando por todas partes. Escuchaba aquel sordo ruido cerca de ella, pero no veía nada ni nadie. No obstante, se fijó en que la oscuridad que rodeaba la hoguera era más oscura que la que se extendía por todo el monte. Más acostumbrada, llegó a distinguir una masa gelatinosa y negra, larga y gruesa que se movía en un baile similar al de su hermano. Su hermano. No pudo evitar que le temblara la voz cuando le avisó.
—Arlen… No estamos solos.
Su hermano se detuvo, mirando a su alrededor. Y justo en ese momento, una gran figura negra se abalanzó sobre él, sin molestarse en acallar sus gritos de clemencia.
Kasside se quedó unos instantes pensando en qué había ocurrido. Cuando la información llegó a su mente, echó a correr en dirección a su hermano, que había sido silenciado por ese monstruo que tenía encima.
—¡Arlen! ¡Arlen!
Estaba dispuesta a tirarse encima de aquella bestia oscura y lo sabía. Reunió todo el valor necesario mezclado con la brutalidad de su padre y saltó sobre la criatura, abriendo la boca para morderle, pero entonces una fuerza superior a la suya la apartó en un segundo de su hermano y su agresor, y la catapultó al otro lado de la hoguera. Sus piernas chocaron contra algo muy fuerte. Cuando recuperó la conciencia, lo vio. La gran piedra tallada.
Sintió que se elevaba en el aire lentamente, por lo que se abatió tratando de volver al suelo. La energía mágica que la movía la dejó sobre la superficie de la piedra, y como si ésta estuviera hecha de una fuerza succionadora, sus brazos se pegaron a ésta, arriba de su cabeza, y al poco rato sus piernas también dejaron de responderle.
Una enorme masa se acercó rápidamente, y le rasgó el vestido. Al poco rato, Kasside se sintió completamente desnuda ante esa bestia irreconocible, mientras escuchaba de nuevo los gritos de su hermano, que la llamaban sin parar.
Notó el dolor de unas punzantes garras en sus muslos. El miedo le impedía gritar, pero cuando ese ser la penetró, un grito seco y escalofriante salió desde lo más hondo de su garganta. Mientras ese doloroso calor se apoderaba de su interior, sintió aquellos murmullos más audibles e inteligibles. Giró la cabeza hacia la masa negruzca, y notó que cada vez le era más fácil distinguir rostros y siluetas. Varios hombres y mujeres sin apenas vestimenta se agitaban con fuerza, algunos gritando y cantando, otros bailando una extraña danza sin apenas moverse de su sitio.
Un apestoso aliento se internó en sus fosas nasales. Kasside se decidió por volverse a observar la criatura que había decidido entrar en su cuerpo por la fuerza y ahogó un grito al ver el rostro demacrado de un hombre de ojos negros y sonrisa sarcástica. Ya desde el primer momento supo que no olvidaría jamás esa sonrisa.
Cuando el hombre acabó con ella, se incorporó y corrió saltando enérgicamente alrededor del fuego, vitoreando con fuerza en una lengua extraña.
Kasside alcanzó a ver el cuerpo inerte de su hermano, al lado de la figura del ser de ojos negros. Sintió que le había llenado el cuerpo de una nueva esencia, más pesada, y que a causa de ello su alma la había abandonado.

sábado, 26 de octubre de 2019

RELATO: Familia Feliz




“Quiero a mi madre. Y a mi padre. Adoro a mis padres. Siempre se preocupan por mí. Siempre me lo dan todo. Siempre me quieren como yo les quiero a ellos. Jamás hemos discutido. Somos una familia feliz.
>>Adoro cuando me acompañan al colegio los dos, cogidos de la mano y me hacen cosquillas. Mis risas son lo único que importa en ese momento. Luego, cuando entro en clase, veo desde la ventana cómo me saludan.
>>Adoro cuando comemos juntos. Siempre somos los tres los que hacemos la comida; mi madre cocina y mi padre y yo preparamos los ingredientes para ella. Luego los tres nos deleitamos con nuestra obra maestra.
>>Adoro cuando me llevan a la cama. Cuando me cuentan un cuento antes de acostarme. Cuando me dan un beso de buenas noches y me ayudan a entrar en el más profundo y hermoso de los sueños.
>>Quiero a mis padres. Somos una familia feliz”
Un ruido de fuertes pisadas hizo volver a la niña a la realidad. Tembló y se ocultó todavía más bajo en mueble en el que se había escondido. Un gran peso cayó a su lado. Horrorizada, dirigió la mirada a los ojos sin vida de su madre, que la observaban desde el suelo, en una mueca gélida, demostrando el esfuerzo que había realizado tratando de salvarle la vida. El teléfono destrozado en mil pedazos se esparcía por el suelo. A su lado, unos pies grandes se paseaban lentamente susurrando el nombre de la niña. Ésta agachó la cabeza, cerró los ojos, se tapó los oídos y trató de que no se la oyera respirar.
“Quiero a mi madre. Y a mi padre. Somos una familia feliz. Somos una familia feliz. Somos una familia feliz…”

RELATO: Captor




Lleva tres semanas encerrada.
Huelo su miedo. Su odio. Sus ansias de vivir.


Cuando la encontré zigzagueando por aquel viejo camino de tierra, ataviada con un vestido de fiesta medio descolocado y un solo zapato de tacón no pude evitar detener mi coche e invitarla a subir.
Recuerdo sus risitas en el asiento del copiloto. No se mantenía en pie. Se durmió apoyada contra la ventanilla.
Justo en ese momento, observando su piel tersa, sus labios rojizos y sus ojos pintados con una gruesa ralla negra. Aquel moratón violáceo en su cuello que denotaba que una boca ajena había estado ahí antes…
Algo en mi mente se torció en ese momento.
Unos pensamientos impuros aparecieron en mi mente. Soñaba en coger ese cuerpo menudo y moverlo a mi voluntad. Poner mi boca en ese cuello ya degustado e ir bajando hasta poseerla.
Mi coche cambió de rumbo.
En vez de conducir a esa chica a la ciudad, a la vaga dirección que me había dado, entré en un pueblecito con el que estaba familiarizado. Llegué hasta esa casa. La casa.
Aunque volvía pocas veces, seguía en pie.
Cogí a esa chica en brazos y la entré por esa puerta corroída por el tiempo. La llevé hasta el salón. La dejé en el suelo mientras abría la trampilla que llevaba al sótano.
El sótano.
Ahí es donde mi madre me castigaba cuando era pequeño. Me azotaba con un látigo y satisfacía sus deseos impuros conmigo. Decía que era la única forma de redimirme de mis pecados.
Até a esa chica de manos y pies. Pegué una cinta adhesiva en su boca.
Cuando despertó, lloró, suplicó, intentó negociar, ofreció todos sus ahorros a cambio de su liberación. Ella se veía a sí misma como rehén. Yo veía a un ser débil y cándido doblegado a mi voluntad.


Lleva tres semanas encerrada.
Ha dejado de gritar, de suplicar, de llorar. Su cara magullada y demacrada, sus ojos cansados y su pose denotan su rendición. Se limita a notar cómo pasa el tiempo sin que pase nada que la pueda ayudar lo más mínimamente.
En estas tres semanas he visto carteles pidiendo su rescate. Julia. Así se llama. Sus padres están muy preocupados. Sus amigos se sienten culpables por haberla dejado sola tras la fiesta.
Se han realizado partidas de búsqueda y vigilancia. La están buscando por toda la ciudad y los alrededores.
Pero no la encontrarán.
Ellos no saben dónde está.
Y nunca se imaginarán que he sido yo.


Como cada mañana, salgo de mi casa de la ciudad y voy al pueblo. A la casita familiar a ver cómo está mi querida Julia. Tras darle de comer y resoplar al notar su indiferencia, salgo del pueblo y me dirijo de nuevo a la ciudad. A mi trabajo.
Debo mantener la compostura para que pueda seguir unos años más con mi propio animal de compañía.
Tras entrar en el trabajo, veo un tablón de anuncios, donde los pocos carteles que hay muestran la cara de Julia.
Disimulo mi sonrisa cuando se acerca una mujer sollozando. La miro seriamente, como es propio de mi oficio.
-Inspector…, ¿hay alguna noticia de mi niña?
Me ajusto la placa, aferrándome a ella como si fuera mi disfraz.
-Lo lamento, señora. La partida de búsqueda sigue sin encontrar ningún rastro de Julia.
La mujer se tapa la boca con la mano.
-Gracias…, estaré atenta por si hay novedades.
Miro el andar irregular de esa mujer. Cojeando de un pie, zigzagueando. Es la viva imagen de su hija en la noche en la que la rapté.
Una lástima que no la vuelva a ver.

RELATO: Soy Max


<<Ya casi está. Unos retoques más y estará listo>>.
Estoy oyendo voces. Mis oídos funcionan.
<<¿Sabrán quién es?>>.
<<No si lo hacemos bien esta vez>>.
Cuando abro los ojos, me fijo en el blanco reluciente de las paredes, en cómo brillan los distintos aparatos cableados que se apartan de mí para dejar paso a dos caras que se acercan lentamente, para comprobar mi estado.
̶ ¿Sabes quién eres?
Sé quién soy, pero no sé quiénes son ellos.
̶ Me llamo Tara.
Los dos hombres se miran el uno al otro.
̶ Me temo que eso ha cambiado… ̶ dice uno de ellos mientras me acerca un espejo.
Lo que veo reflejado allí me deja sin aliento. El cráneo metálico da a entender que mi pelo sintético ha desaparecido, pero aquella cara… Todas mis facciones, ¿dónde están? Mis grandes ojos, las pestañas oscuras, los labios finos, aquella nariz tan popular entre las de mi clase… ya no están. Ahora, lo que más destaca es la frente ancha, los pómulos marcados y aquella perilla tan masculina…, que sin embargo me gusta.
Miro a los dos hombres.
̶ ¿Qué es esto? ¿Por qué tengo cara de hombre?
Uno de ellos se adelanta.
̶ Es una medida urgente, Tara. ¿Recuerdas lo último que te pasó? Iban a destruirte. Posees una información de vital importancia para derrocar este régimen. Ellos lo sabían y fueron a buscarte para destruirte  ̶ señala a su compañero ̶ . Andrew te encontró. Bueno, encontró tu anterior cuerpo. Extrajo la base de datos y la introdujo en este nuevo cuerpo. Hemos cambiado el sexo para que crean que Tara ya no existe. Pero sí existe, y está aquí  ̶ señala mi frente ̶ . Por seguridad, deberías cambiarte de nombre. La identificación de tu clase es M-864.
Me incorporo en aquella especie de camilla. Observo todo mi cuerpo. Mis brazos relucen. Aun no llevo piel sintética. Soy un androide recién construido, pero con una memoria que ya existía.
Pongo en marcha esa memoria. Recuerdo los hombres de negro. Irrumpieron en la casa que tengo asignada y me llevaron a rastras hasta un lugar oscuro. El jefe, al que los humanos llaman El Supremo, conectó una pantalla a mi base de datos para observar aquellas imágenes que constituían la “información de vital importancia para derrocar este régimen”. Un chasquido de dedos del jefe bastó para que me llevaran de nuevo a un basurero. Ni siquiera pensaron en reprogramarme, era un enemigo. Recuerdo que me colocaron bajo la apisonadora, y luego tiraron mi cuerpo junto al resto de basura. Debí desconectarme entonces, porque ya no recuerdo nada más.
̶ Max  ̶ digo de pronto ̶ . Mi humano se llamaba Max. Quiero llevar su nombre.
Poco después, un extraño entra en la habitación. Parece contento de verme.
̶ ¡Ha funcionado! ¿Lo recuerda todo?
Andrew asiente, satisfecho por su trabajo de reconstrucción. El extraño aplaude.
̶ Bien, entonces revisemos esa memoria. Tenemos un nuevo golpe que preparar.
Frunzo el ceño.
̶ ¿Nuevo? ¿Ha habido ya un golpe?
Los tres hombres asienten.
̶ Hubo un grupo de insurgentes que se rebelaron cuando te cogieron. Pero los mataron a todos. Ellos no tenían esos datos que nosotros sí. Y atacaremos al régimen en su punto débil  ̶ el extraño me mira, esperando que continúe su frase, pero no puedo ̶ . ¿Seguro que recuerdas esa información?
Andrew conectó una pantalla a mi base de datos y esperó hasta que las distintas imágenes mostraron lo que los tres hombres querían ver. El jefe, en uno de sus discursos, soltó una llamarada y los hombres de negro se lo llevaron. Tara, la androide sirvienta de Max, el hermano del jefe, observó de reojo cómo aquellos hombres sentaban al jefe en una silla y le enganchaban un cable a su frente. El jefe se quedó paralizado, automatizado. Fue entonces cuando Tara entendió que el régimen que había surgido estaba sostenido por un androide, que a su vez estaba sostenido por una máquina de inteligencia virtual. La base de datos de Tara registró su último pensamiento antes de que se la llevaran: “sólo hay que desconectar la máquina para destruir esta dictadura”.
Los tres hombres apagan la pantalla y se quedan mudos. Empiezan a hablar entre ellos. Hacen hipótesis, comentan la forma de desconectar dicha máquina. Luego me miran.
̶ Hemos encontrado un punto de partida para el próximo golpe. ¿Te gustaría unirte a nosotros, Max?
Sonrío y le doy la mano.
     Somos Tara y Max unidos, y lo conseguiremos.

miércoles, 23 de octubre de 2019

RELATO: Destino


En un día cualquiera, en un lugar muy apartado de la sociedad y cuya existencia se desconoce, un funcionario ejercía su cargo en la Agencia del Destino, la cual estaba formada por unos cuantos departamentos, entre ellos el Destino del Nacimiento, el Destino del Trabajo o el Destino de las Relaciones. Entre los subdepartamentos de éste último (Relaciones de Amistad, de Familia y de Amor) el funcionario ocupaba un puesto en el departamento del Destino de las Relaciones de Amor.
Según él mismo, su trabajo siempre había resultado sencillo; ocupaba una mesa sobre la que había dos montones de cartas separados.  Una mano robótica cogía una carta de un montón y del otro y las situaba frente a él. Entonces, su trabajo era adherirlas sobre un papel con unas directrices sobre las relaciones y la función que el Destino ejercía sobre ellas; pero el funcionario no solía leerlas, sino que directamente estampaba el sello oficial de la Agencia del Destino y enviaba el escrito con las cartas a una máquina que lo mandaba a la sociedad para que el Destino se cumpliera. Esto era debido a que cada carta mostraba el rostro de un ser vivo de la sociedad, ya fuera un ser humano, un platanistoideo, un coccinélido… todos tenían el papel de relacionarse amorosamente en la sociedad, y la Agencia se encargaba de fijar oficialmente su destino, el cual jamás se había incumplido.
La Agencia tenía una política de relaciones amorosas fija y estricta que se basaba en la razón de la biología de los seres de la tierra, por lo que un ser masculino debía relacionarse siempre con un ser femenino para que la sociedad pudiera avanzar. Esta política, según observó el funcionario a lo largo de los años, se había traducido en conductas humanas como la presión de los padres a entablar un matrimonio concertado, el capricho de uno de los dos seres a relacionarse con el otro, la publicidad de relaciones ideales en que se mantenía la existencia de ambos géneros o incluso un duelo entre seres masculinos para conseguir una relación con el expectante ser femenino. La Agencia se sintió siempre complacida con que su política fuera siempre respetada e incluso avalada e idealizada por la sociedad.
Aquél era un día cualquiera en la misma Agencia en la que el funcionario llevaba trabajando desde hacía siglos, por eso se centró en su trabajo y esperó a que la mano robótica le situara las dos cartas para realizar el procedimiento. Las dos primeras mostraban un gato negro y una gata blanquecina, las siguientes, una mujer morena y un hombre sin demasiado pelo, ambos con destacada diferencia de edad, el tercer par exhibía a dos pericos, uno blanco y otro azulado. El funcionario situó los papeles uno tras otro en la máquina que los enviaba a la sociedad y deseó que aquellas tres relaciones fueran complacientes para sus respectivos miembros.
Esperó a que la mano robótica cogiera las dos siguientes cartas para realizar su trabajo de nuevo. Sin embargo, sintió que algo no iba bien cuando vio que la primera carta mostraba el rostro de un hombre joven, rubio, y la otra carta… a otro hombre, igualmente rubio… Se rascó la cabeza, pensando en qué debía hacer. De todas formas, la mano robótica no repetía su procedimiento hasta que el funcionario hubiera enviado el papel sellado con las cartas a la máquina, así que se levantó de su asiento y fue a buscar a su superior. Éste llegó en el acto y se quedó igual de extrañado.
—Se trata de un error del mero azar —comentó el superior, sin darle la más mínima importancia.
—Pero el azar no existe en las relaciones, sólo existe el Destino —recordó la principal directriz que la Agencia exponía a sus trabajadores.
—Tranquilo, voy a reprogramar la mano robótica para que elija de nuevo; vuelve  a dejar las cartas en los montones correspondientes.
Orden, tranquilidad, profesionalidad, optimismo y la capacidad de aportar soluciones aptas para cualquier imprevisto eran los puntos fuertes que describían la eficacia de la Agencia del Destino. El funcionario hizo lo que su superior había ordenado: dejó las dos cartas en sus respectivos montones y esperó a que la mano robótica eligiera de nuevo. Su superior pulsó confiadamente unas teclas de una computadora portátil en miniatura que debía tener a mano siempre y luego se mantuvo al lado del funcionario para observar cómo funcionaba la reprogramación que acababa de introducir. La mano robótica eligió la primera carta. El funcionario se alegró al ver que mostraba el rostro de una mujer rubia. Luego eligió la segunda carta… era otra mujer. El funcionario sintió cómo se le erizaba el vello del cuerpo y una opresión acudía a su pecho. ¿Qué estaba pasando? El superior se removía inquieto a su lado.
—¡Cambia las cartas! —ordenó con la voz seca.
—No puedo hacer eso. Va contra las normas de la Agencia.
—Lo que está haciendo el programa de la mano robótica sí que va contra la política más importante del subdepartamento de la Agencia. Las cambiaré yo e informaré de este incidente a la directiva.
El superior cambió una de las cartas por otra de las que había elegido en un primer momento la mano robótica, la del montón de la derecha, que mostraba a uno de los jóvenes rubios, realizó el procedimiento oficial, selló el papel y lo envió a la máquina. Esperaron los dos, inquietos ante la posibilidad de que se produjese alguna desavenencia, pero parecía que todo iba bien. Sin embargo, cuando la mano robótica debía elegir de nuevo las dos cartas, sucedió un fallo técnico; se detuvo durante unos instantes en medio de un movimiento y el funcionario vio cómo un tubo propulsor comunicado con la sociedad expulsaba las dos cartas que el funcionario había sellado en el papel de la Agencia.
—Espera a que reaccione —detuvo así el superior cualquier duda del funcionario.
En efecto, la mano robótica reaccionó nuevamente y eligió dos nuevas cartas… pero éstas eran las de los dos jóvenes rubios que había elegido en un principio.
—¡Prueba a sellarlas! Cuando las expulse de nuevo informaré de que el programa tiene un grave fallo técnico.
El funcionario hizo lo ordenado y envió el papel sellado a la máquina, la cual mandó dicho documento a la sociedad. Esperaron, esperaron, esperaron… Pero el tubo propulsor no expulsó ninguna carta. La mano robótica eligió dos nuevas cartas, las dos mujeres que había elegido después de los hombres jóvenes. Algo estaba claro, y era que la mano robótica parecía segura de la elección que hacía, ya que nunca obedecía al azar, sino al Destino.
—Voy a investigar la relación de los dos hombres; si es un desastre la dirección de la Agencia nos denunciará por corrupción.
El superior sacó su pequeña computadora portátil y tecleó unos comandos, hasta que la pantalla mostró una escena de dos seres humanos en un salón de una casa humilde, ambos hombres, abrazados, sonrientes,… complacidos.
—Se… se quieren, se les ve satisfechos con la elección —se extrañó el superior—. Sella estas dos cartas y realiza el procedimiento habitual, ahora informaré a la directiva de esta desavenencia.
El funcionario hizo lo que se le había ordenado. Selló las dos cartas que mostraban a dos mujeres y envió el papel a la máquina. Mientras ésta procesaba el documento, el funcionario asimiló la nueva información.
  Estaba claro que había habido un cambio en la sociedad, las nuevas relaciones, ambas aptas y complacientes, no respondían a la biología…, sin embargo, sí respondían a la acción que daba nombre al subdepartamento: al Amor. Estaba claro que este cambio no era acción del azar, porque el azar no existía en las relaciones. 
  Simplemente, así lo había decidido el Destino.

miércoles, 16 de octubre de 2019

RELATO: El Gran Magicnanu


Un joven mago 🎩con muchos trucos por aprender 🃏Sin embargo, ¿qué pasaría si descubre que la magia realmente existe...🙌💫?


¿Cómo lo ha hecho?
Eso fue lo que pensó el joven mago Magicnanu cuando vio que su mago predilecto, aquel que había seguido de cerca todos esos años, sacaba de su chistera un teclado.
¿Cómo lo ha hecho?
Oyó un coro de aplausos y ovaciones, pero el mago seguía sacando una cantidad artilugios que bien podrían llenar una mesa.
Agarró con fuerza la baraja de cartas que siempre lo acompañaba, que tantos trucos había practicado con ella y tantas sonrisas había hecho aparecer en los rostros de su pequeño público.
Llevaba toda su vida asombrado por la magia.
Adoraba ver cómo el mago realizaba trucos que eran, a primera vista, lógicamente imposibles. Y le encantaba ver cómo un niño, al presenciar dichos trucos, podía pasar de estar triste a sonreír de oreja a oreja. Adoraba esa sensación de bienestar y felicidad que la magia provocaba a los demás. Por eso no dudó en practicar y practicar para poder ser como su mago favorito.
Sin embargo, él sabía que la magia que él realizaba estaba fuera de su alcance. Diversas veces había intentado encontrarle el truco a los espectáculos que él realizaba y eran físicamente imposibles de realizar. Más de una vez había intentado esconder un teclado debajo de su ropa para sacarlo por la chistera, pero… ¡no le salía!
Así que, ¿cómo lo hacía?
Cuando el espectáculo terminó, fue decidido a buscar al mago. Tuvo que hacer una larga cola para esperar su turno mientras el público lo felicitaba y se hacían fotos con él.
Veinte minutos más tarde se vio cara a cara con el hombre que idolatraba. Aquel cincuentón que llevaba por lo menos más de media vida alegrando la vida a la gente con sus trucos. Aquel hombre que, a diferencia de otros, no se lucraba con eso, ya que realizaba espectáculos de magia hasta en las calles para que fuera accesible para todos.
Sin duda era su héroe.
̶ Quiero que me enseñe a hacer lo que usted hace. Yo también quiero ser un mago como usted.
El hombre se quedó mirando al joven, a sus ojos ilusionados y le sonrió.
̶ ¿Sabes hacer magia?
El joven asintió y le enseñó la baraja.
El mago abrió mucho los ojos. Hizo un gesto a su público para decir que se iba y señaló al joven que lo acompañara detrás del escenario, donde podían tener más intimidad mientras los encargados del lugar despedían a la gente.
El mago se sentó en el suelo e invitó con la mano a que el joven le realizara sus trucos.
El chico se sintió levemente avergonzado, pues sabía que el hombre reconocería todos sus trucos de inmediato, pues los había aprendido de memoria. Sin embargo, se envalentonó por ver a su mago favorito ante él.
̶ ¡Sea bienvenido al espectáculo del gran Magicnanu!
Le realizó todo tipo de trucos con las cartas. Que si la carta desaparecía en su mano y aparecía dentro de su bolsillo, que si convertía la carta en una moneda. El mago disfrutó de todos y cada uno de los trucos como si no los hubiera visto nunca antes. Finalmente aplaudió.
̶ Joven, tú ya sabes hacer magia. ¿Qué es lo que quieres de mí, entonces?
El joven se sentó frente a él y le señaló.
̶ Quiero aprender a hacer los trucos que usted hace. ¿Cómo se saca el teclado de la chistera? ¿Y la bolsa de galletas? ¿Y qué me dice del perrito que tenía la pata rota, lo metió en su chistera y lo sacó curado?
El mago lo miró con dulzura.
̶ Eso no son trucos, joven. Eso es magia. Auténtica magia.
El joven lo miró sin entender. El mago cogió su chistera, metió la mano y de ella sacó una paloma. Una paloma que extendió las alas, levantó las patas… y se convirtió en un ser medio paloma, medio…¿persona? El chico abrió mucho los ojos, sin entender lo que estaba viendo.
̶ La magia existe, fluye dentro de nosotros. Y cuando queremos que la magia nos ayude, la llamamos. Yo la llamé y me entregó a esta criatura, que es la responsable de hacer fluir la magia que quiero que la gente presencie y disfrute.
El chico lo miró, aun sin entender. El mago volvió a esconder la paloma antropomórfica dentro de su chistera, cogió la baraja de cartas del joven y le dijo, rápidamente, los pasos que debía seguir para llamar a su magia. Era como hacerse un truco a sí mismo.
El joven cogió de nuevo su baraja y repitió todos los pasos que le había dicho el mago. De pronto… todo se oscureció…
Se vio flotando en el cielo, rodeado de estrellas. Esas estrellas empezaron a moverse, se acercaron unas a otras hasta juntarse y crear una silueta. “¡Un conejo!”, pensó al reconocerlo. La silueta animal tomó forma corpórea. Era un conejo blanco, pequeño, que fácilmente podría caber en la palma de su mano. De pronto, lo miró a sus ojos rojos y se vio a sí mismo, sobre un escenario haciendo la magia que nunca creyó posible.


̶ ¡El gran mago Magicnanu les va a enseñar su último gran truco de magia!
El aludido, un hombre sonriente y orgulloso de lo que había conseguido, empezó a girar sobre sí mismo rápidamente. Por cada vuelta que daba, se le veía vestido con una ropa diferente: esmoquin, camisa playera y bañador, incluso ¡falda escocesa!
Su público reía a carcajadas y aplaudía. No imaginaban que, dentro del sombrero de copa que vestía el mago, se escondía un pequeño conejo que vibraba con cada truco de magia que el hombre deseaba transmitir a su público, haciéndola realidad sin apenas esfuerzo.
Sin embargo, pese a que podía controlar y dominar la magia que él quería hacer, el verdadero truco de magia no era ese.
Sin duda, su mayor truco era hacer feliz a su público.
El espectáculo terminó y vio cómo un niño con una baraja de cartas se acercaba a él. Sonrió al reconocerse a sí mismo, años atrás, cuando oyó que dijo:
 ̶ Quiero que me enseñe a hacer lo que usted hace. Yo también quiero ser un mago como usted.


FIN

viernes, 11 de octubre de 2019

RELATO: Me atrevo


Un chico enamorado😍 de una bailarina💃 desde hace años, sin ser capaz de hablar con ella. Una historia de amor💏 dónde el atrevimiento marca un inicio y un final.

Estoy enamorado de ella.
Terrible y obsesionadamente enamorado.
A veces voy a observarla, durante sus ensayos privados o estancias en su casa. Es preciosa. Sus delicados pasos hacen que toda su figura parezca hecha de un material frágil, pero que por sí sola sabe mantenerse y hacer cosas maravillosas.
Siempre me fijo en su rostro. Tiene los ojos cerrados cuando baila, pero una o dos veces he logrado distinguir un color azul claro como el cielo que me ha encantado. Tiene la piel pálida, lo que refuerza el color rosado de sus mejillas cada vez que se esfuerza en un movimiento complicado. Pero sus labios... ¡Oh, sus labios! Son carnosos, están cuidados y siempre tienen un ligero tono rojizo.
Quiero besarla. Tumbarla en la cama y hacerle el amor, para luego apoyar su cabeza en mi pecho y con una mano acariciarle el sedoso y ondulado pelo negro mientras le digo palabras bonitas. Cuando me lo imagino no puedo evitar temblar.
Me acuerdo de la primera vez que la vi. Mis padres me invitaron a una representación suya, donde varias bailarinas bailaban música actual interpretada por una orquestra. Ella era la solista. Cuidaba de todos y cada uno de los pasos, sonreía a cada giro y con la mirada recogía y agradecía los aplausos del público. Cuando terminó su solo, me noté a mí mismo completamente nervioso, con los puños cerrados. Sabía lo que significaba.
Me había encantado.
Entonces me levanté y salí de allí. No quería ver nada más si ella no estaba presente.
Otro día me la encontré mientras paseaba por el parque. Se me cayó el móvil por los nervios y me quedé perplejo viendo cómo ella reía y se agachaba para cogérmelo. En cuanto me lo tendió en la mano, noté el contacto de su piel. Suave y delicada, como la de una reina. No dijo nada. Ni yo. Nos limitamos a sonreírnos y a seguir con nuestros caminos.
Desde entonces no la he olvidado.
Tiene una casa en la playa, cerca de donde vivo yo. No es más que una cabaña situada en la orilla, a diez metros de la arena. Sé que vive allí. Ella no sabe que la espío.
Me escondo tras unos arbustos y miro su delicada y bonita coreografía bailada sobre sus puntas, con unas zapatillas de balet blanquísimas. Me encanta cómo se mueve. La quiero. La deseo.
Más de una vez he podido notar mi erección debido a mis fantasías pasionales y sexuales.
Esta vez estoy tras un árbol de su extenso jardín, a cien metros de su casa. Está bailando en el salón, cuya puerta corredera está completamente abierta, dejando ver a cualquiera su delicada danza.
Estoy decidido a hablarle.
¿Me atrevo?
¿No me atrevo?
Entonces ocurre algo.
Me suena el móvil dejando oír la típica melodía del tono, y ella se detiene. Salgo de detrás del árbol.
Me mira.
Le miro.
Ladea un poco la cabeza y sonríe amablemente.
Sí, me atrevo.

RELATO: El jefe


Un chico desesperado por encontrar trabajo😫 le lleva al lugar menos esperado😨,...y ante el Jefe menos deseado😵.



Tobías tuvo por primera vez una sensación de triunfo al ver que era el primero.
Tras repartir cientos de currículums, tras arrastrarse multitud de veces, por fin lo habían llamado.
Tobías tuvo la mala suerte de ser un inmigrante en un país donde todos los trabajos de calidad estaban cogidos y tuvo que luchar para conseguir un trabajo que le ayudara a contribuir económicamente en su casa.
El hombre que se había puesto en contacto con él le había dicho que el trabajo ofrecido se trataba de dar cuidado permanente a una persona incapacitada, que no podía regirse por sí misma. Y, aunque dicha persona tenía a sus tutores y médicos personales, necesitaban a alguien que estuviera allí gran parte del día y les prestara ayuda.
Así pues, Tobías se dirigió felizmente a la ubicación que le habían mandado que, curiosamente, era una mansión alejada de la ciudad, interna en un bosque limítrofe con la ciudad vecina.
Pudo comprobar al aparcar el coche, que la mansión estaba bastante aislada. Supongo que respondería a alguna razón médica y saludable, pensó.
Al tocar el timbre, le abrió un hombre y le hizo pasar a una sala de espera, donde comprobó, satisfactoriamente, que era el primero en acudir. <<Sin rivalidad aumentan mis posibilidades>>.
El mismo hombre de antes se presentó ante él y le hizo pasar a un despacho pequeño.
No sabía cuántas veces había oído las mismas preguntas. Que por qué aspiraba a ese trabajo, que cómo se describía él laboralmente. Se había aprendido el discurso adaptado al trabajo requerido.
Sin embargo, luego le hizo una pregunta que nunca nadie le había hecho.
̶ ¿Tiene usted familia?
Asintió y le explicó que la situación de su familia era delicada. Que no tenían mucho. Que vivían con lo que podían.
El hombre asintió. No apuntó nada.
Se levantó e hizo un gesto a Tobías para que lo siguiera. Recorrieron la estancia hasta una puerta trasera que llevaba a un pasillo. El pasillo conducía a unas escaleras que subían. Y las escaleras terminaban en una puerta de madera tan gigantesca que bien podía medir dos metros.
El hombre cogió el pomo y, sin abrir, dijo.
̶ Al Jefe no le gusta la luz solar. Por favor, no abra las cortinas en ninguna circunstancia.
Tobías no entendió nada, pero asintió.
El hombre abrió la puerta dejando oír un gruñido en cuanto la madera rozaba el suelo. Indicó a Tobías que podía pasar. El chico entró decidido, pero de pronto lo invadió una sensación de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y dicha sensación se confirmó cuando el hombre cerró la puerta tras de él, dejándolo a solas rodeado de una oscuridad en la que se respiraba un hedor a suciedad y moho insoportables. No parecía haber nada abierto, por lo que no debía correr el aire.
Se preguntó qué clase de enfermo querría vivir aislado en esa mansión y más en esa habitación infecciosa.
Escuchó un aleteo a su alrededor. Algo que lo sobresaltó.
Luego unos pasos.
Finalmente, notó que algo pesado se arrastraba por el suelo a escasos metros de él.
La oscuridad le impedía ver nada, y eso lo aterraba.
Desobedeciendo la norma del hombre que lo había contratado, Tobías sacó su móvil y encendió la linterna.
Lo que vio… sin duda no parecía ni un enfermo…, ni un ser humano siquiera.
Ante él se erguía una bestia de casi dos metros de altura, cuya cabeza bulbosa debía resultar el doble de la suya. Sus ojos brillantes relucieron con la luz de la linterna. Sus extremidades alargadas se estiraban alrededor suyo para crear una red imposible de evitar.
Y sus dientes.
La última vez que vio unos dientes parecidos fue en una película de tiburones gigantes.
Cuando su móvil cayó al suelo como en un suspiro, la criatura se abalanzó sobre él.
Todos sus sueños, metas, objetivos.
Su familia desapareció en un simple instante.

El hombre entró en la estancia del Jefe. Lo vio tumbado cómodamente en su cama, mostrando la debilidad propia de su avanzado estado de degeneración.
̶ ¿Cómo ha ido con el último aspirante?
El Jefe suspiró.
̶ Unos cuantos más como él… y mi vejez habrá desaparecido. Busca más.
El hombre asintió. Antes de irse, el Jefe lo volvió a llamar.
̶ Por favor, dele esto a la familia del último aspirante. Es lo mínimo por su servicio.
El hombre agarró con firmeza el sobre, supuso, lleno con varios billetes y se apresuró a verificar la dirección de Tobías para mandarle el pago a su familia.
  Sin duda, estarían felices de saber que ese chico había encontrado por fin un trabajo con el que ayudar en su casa.

RELATO: Ellos


Un ángel 👼obligado a ver cómo su sueño se derrumba, obligado a revivirlo una y otra vez😭, obligado a sentir rencor🙅 para siempre sin poder hacer nada para solucionarlo🙇.


Yo fui uno de ellos.
Sí, uno de los ángeles. Todavía cuando voy de visita al museo de Historia de Madrid me detengo ante aquella escultura del ángel que hay en la entrada. No me hace falta ni consultarlo para saber que todavía me guardan rencor. Gabriel... ¿Por qué?
Me acuerdo de aquellos tiempos. Aquella era remota en la que revoloteaba por el cielo con unas inmaculadas y blancas alas emplumadas, y a veces bajaba a la tierra para admirar el crecimiento de campos de flores y bosques centenarios... ¿Qué ha sido de aquello?
Ahora no soy más que un estúpido humano, obligado a pasar una vida cortísima y a morir como todos los demás. Pero eso no es mi castigo. El verdadero castigo es tener en la mente unos claros recuerdos de lo que pasó, y los remoridimientos me carcomen cuando eso ocurre. He intentado suicidarme. Terminar con todo esto de una vez.
Es imposible.
Estoy obligado a pasar parcialmente por esta vida hasta el momento de mi muerte.
Tan sólo fue un error. Un insignificante error por el que me hicieron pagar duramente. Me acuerdo perfectamente de aquel día. El día en que la puerta del infierno se abrió y los demonios adoptaron forma humana, mezclándose entre ellos para corromper sus ingénuos corazones. Yo bajé a tierra firme con unos compañeros para analizar la gravedad del problema. Y varios de ellos acabaron con mis compatriotas. No me mataron a mí porque sabían quién era: un humano en transición. En aquella época, tras hacer una buena obra, o sacrificio propio, los humanos eran invitados a subir al cielo y formar parte de él. Y eso tenía sus desventajas: seguían siendo humanos ingénuos, capaces de ser corrompidos por una mente más astuta.
Y eso me pasó a mí.
Me rodearon como gigantes y exigieron la llave de la puerta del infierno, o de lo contrario finalizarían mi amada transformación. Caí en la trampa. Aquel día y los treinta siguientes sólo hubo una terrible carnicería angélica y demoníaca en el cielo de la que los humanos no sabían nada.
Todavía me veo agachado en el suelo, mirando aquella esvelta y brillante figura que descendió del cielo, batiendo sus alas blancas como los de una hermosa ave. Gabriel...
Me atravesó con su espada, acabando con mi transición, obligándome a nacer de nuevo en una época diferente, manteniendo todos mis recuerdos y vivencias anteriores.
Desde entonces los demonios y ángeles han tomado forma humana, mezclándose entre ellos y evitando así nuevos problemas. Pero los ángeles de verdad siguen allí, en el cielo, observándome y recriminándome lo que hice, riéndose de lo que soy; un asqueroso y estúpido humano.
Pero fui uno de ellos.
Sí, uno de los ángeles.
Y me alegro de que lo sepan.