Un chico desesperado por encontrar trabajo😫 le lleva al lugar menos esperado😨,...y ante el Jefe menos deseado😵.
Tobías tuvo por
primera vez una sensación de triunfo al ver que era el primero.
Tras repartir cientos
de currículums, tras arrastrarse multitud de veces, por fin lo habían llamado.
Tobías tuvo la mala
suerte de ser un inmigrante en un país donde todos los trabajos de calidad
estaban cogidos y tuvo que luchar para conseguir un trabajo que le ayudara a
contribuir económicamente en su casa.
El hombre que se
había puesto en contacto con él le había dicho que el trabajo ofrecido se
trataba de dar cuidado permanente a una persona incapacitada, que no podía
regirse por sí misma. Y, aunque dicha persona tenía a sus tutores y médicos
personales, necesitaban a alguien que estuviera allí gran parte del día y les
prestara ayuda.
Así pues, Tobías se
dirigió felizmente a la ubicación que le habían mandado que, curiosamente, era
una mansión alejada de la ciudad, interna en un bosque limítrofe con la ciudad
vecina.
Pudo comprobar al
aparcar el coche, que la mansión estaba bastante aislada. Supongo que
respondería a alguna razón médica y saludable, pensó.
Al tocar el timbre,
le abrió un hombre y le hizo pasar a una sala de espera, donde comprobó,
satisfactoriamente, que era el primero en acudir. <<Sin rivalidad
aumentan mis posibilidades>>.
El mismo hombre de
antes se presentó ante él y le hizo pasar a un despacho pequeño.
No sabía cuántas
veces había oído las mismas preguntas. Que por qué aspiraba a ese trabajo, que
cómo se describía él laboralmente. Se había aprendido el discurso adaptado al
trabajo requerido.
Sin embargo, luego le
hizo una pregunta que nunca nadie le había hecho.
̶ ¿Tiene usted
familia?
Asintió y le explicó
que la situación de su familia era delicada. Que no tenían mucho. Que vivían
con lo que podían.
El hombre asintió. No
apuntó nada.
Se levantó e hizo un
gesto a Tobías para que lo siguiera. Recorrieron la estancia hasta una puerta
trasera que llevaba a un pasillo. El pasillo conducía a unas escaleras que
subían. Y las escaleras terminaban en una puerta de madera tan gigantesca que
bien podía medir dos metros.
El hombre cogió el
pomo y, sin abrir, dijo.
̶ Al Jefe no le gusta
la luz solar. Por favor, no abra las cortinas en ninguna circunstancia.
Tobías no entendió
nada, pero asintió.
El hombre abrió la
puerta dejando oír un gruñido en cuanto la madera rozaba el suelo. Indicó a
Tobías que podía pasar. El chico entró decidido, pero de pronto lo invadió una
sensación de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Y dicha
sensación se confirmó cuando el hombre cerró la puerta tras de él, dejándolo a
solas rodeado de una oscuridad en la que se respiraba un hedor a suciedad y
moho insoportables. No parecía haber nada abierto, por lo que no debía correr
el aire.
Se preguntó qué clase
de enfermo querría vivir aislado en esa mansión y más en esa habitación
infecciosa.
Escuchó un aleteo a
su alrededor. Algo que lo sobresaltó.
Luego unos pasos.
Finalmente, notó que
algo pesado se arrastraba por el suelo a escasos metros de él.
La oscuridad le
impedía ver nada, y eso lo aterraba.
Desobedeciendo la
norma del hombre que lo había contratado, Tobías sacó su móvil y encendió la
linterna.
Lo que vio… sin duda
no parecía ni un enfermo…, ni un ser humano siquiera.
Ante él se erguía una
bestia de casi dos metros de altura, cuya cabeza bulbosa debía resultar el
doble de la suya. Sus ojos brillantes relucieron con la luz de la linterna. Sus
extremidades alargadas se estiraban alrededor suyo para crear una red imposible
de evitar.
Y sus dientes.
La última vez que vio
unos dientes parecidos fue en una película de tiburones gigantes.
Cuando su móvil cayó
al suelo como en un suspiro, la criatura se abalanzó sobre él.
Todos sus sueños,
metas, objetivos.
Su familia
desapareció en un simple instante.
El hombre entró en la
estancia del Jefe. Lo vio tumbado cómodamente en su cama, mostrando la
debilidad propia de su avanzado estado de degeneración.
̶ ¿Cómo ha ido con el
último aspirante?
El Jefe suspiró.
̶ Unos cuantos más
como él… y mi vejez habrá desaparecido. Busca más.
El hombre asintió.
Antes de irse, el Jefe lo volvió a llamar.
̶ Por favor, dele esto
a la familia del último aspirante. Es lo mínimo por su servicio.
El hombre agarró con
firmeza el sobre, supuso, lleno con varios billetes y se apresuró a verificar
la dirección de Tobías para mandarle el pago a su familia.
Sin duda, estarían felices
de saber que ese chico había encontrado por fin un trabajo con el que ayudar en su casa.
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