978 d.C.
Imperio Germánico, Monte de Brocken;
Un grito
monstruoso resonó en la noche. En lo alto del monte, se distinguía una ligera
luz anaranjada. Una hoguera.
Los dos jóvenes no
se atrevían a salir de su escondite. Llevaban horas allí, deseosos de saber qué
ocurría en esa noche. Era la noche del 30 de abril, la célebre Noche de
Walpurgis, y los dos hermanos habían oído cientos de historias escalofriantes
acerca de seres monstruosos y asesinos sobrehumanos que se reunían en ese monte
dos noches al año; ésa especialmente y la del 31 de octubre, la víspera de la
Noche de Todos los Santos. De pequeños siempre se iban a la cama de sus padres
en cuanto llegaba esa noche. Después de escuchar los relatos, no querían ser
despedazados por hombres con cabeza de animales o mujeres que se beberían su
sangre si los encontraban. Pero ahora habían crecido. Casi habían alcanzado la
edad adulta y querían averiguar si aquello era cierto. Y por el momento,
parecía que así era.
—Tal vez no sean
más que cuatro ladrones que se han reunido allí. O asesinos. Padre dijo que los
vio por el camino —al joven le temblaba la voz.
Su hermana lo miró
con aires de superioridad.
— ¿Vas a rendirte
ahora, rata cobarde? Aunque lo sean, siempre podemos contárselo a las
autoridades —le espetó con dureza. Su madre le decía que había heredado la
rudeza de su padre. No era la más agraciada del pueblo, ni la más elegante,
pero sí la más valiente y segura, y sabía que de eso se enorgullecían sus
padres —Acerquémonos más; desde este arbusto no se ve nada.
—Has oído un grito
y has visto una hoguera, ¿no es suficiente por esta noche?
— ¡No! —se molestó
su hermana—. Además, tampoco sabemos si es una hoguera; podría ser cualquier
otra cosa.
— ¡Dime qué otra
cosa podría ser! —le rugió su hermano, bajando la voz en cuanto se dio cuenta
de que había hablado demasiado fuerte.
La joven lo miró
con sus enormes y brillantes ojos castaños. En esa postura se asemejaba mucho a
su madre, piel lisa y brillante, nariz aguileña, labios carnosos, cabellos
largos y rizados, negros como la noche. Su hermana no era demasiado presumida,
por lo que, en cuanto los hombres discutían por ella, ella se sumaba a la
discusión. Jamás la había visto locamente enamorada de un hombre, y eso, en
cierto modo, le gustaba.
—Eso es lo que voy
a averiguar ahora.
Acto seguido, se
incorporó y empezó a andar a grandes zancadas por el matorral. Los dobladillos
de su vestido se enredaban con las hierbas, así que ella tiraba con todas sus
fuerzas, sin pensar que, al día siguiente, vería su falda destrozada. Escuchaba
las pisadas de su hermano tras ella, por lo que se sintió más segura. Ella no
se consideraba una mujer con miedo, pero si se encontraba con Arlen, su
hermano, notaba que estaba protegida. Más de una vez los habían comparado con
los hermanos Hansel y Gretel, ya que ellos dos llevaban a cabo aventuras por el
bosquejo de Brocken desde que eran infantes, al igual que los niños de la
historia. No obstante, nunca se habían encontrado con una bruja que les
ofreciera dulces. Ésa era una de las razones por las que Kasside quería estar
allí esa noche.
Quería ver a una
bruja de verdad.
Se detuvo en otro
matorral de gran tamaño, y se escondió tras él. Por suerte, los ramajes de éste
eran muy espesos, por lo que estaba segura de que nadie los vería. Arlen llegó
poco después a su lado, luchando con los herbajes del camino.
Cuando el silencio
volvió a restablecerse entre ellos, la joven tomó el valor de levantar la
cabeza y ver qué había en la ladera de esa montaña en tan especial noche.
Efectivamente,
había una pequeña hoguera que no alcanzaba a iluminar todo el sendero, por
suerte. A su lado, había una enorme piedra cuya superficie parecía tan lisa
como la de un espejo.
—No hay nadie
—comentó el joven.
Oían únicamente el
crepitar de las llamas. Ningún animalillo canturreaba esa noche. Y quien fuere
el autor del grito que habían oído antes, se había esfumado por completo.
—Estamos solos en
el Brocken, en la mítica noche de Walpurgis —canturreó Kasside, tratando de
asustar a su hermano, y tuvo éxito cuando éste la miró con desafío.
— ¿A que no te
atreves a ir junto a la hoguera?
La cara divertida
de su hermana cambió por completo. Jamás pensó que su hermano le pediría algo
así; siempre era ella la que lo retaba a realizar tareas de las que sabía no
era capaz.
—Después de ti —ofreció
Kasside—. Yo he sido la que ha venido aquí primero. Ahora te toca a ti ser el
primero.
La joven alcanzó a
oír cómo tragaba saliva en cuanto se incorporaba tembloroso. Sabía que no
quería hacerlo, pero no quería volver a parecer un miedoso delante de su
hermana, así que empezó a caminar lentamente hasta salir de su escondite
mientras cerraba los puños con fuerza. Kasside sólo veía su silueta negra ante
la luz de la hoguera cuando ella decidió seguirle. Creyó que no había peligro.
No se atrevieron a
decir absolutamente nada mientras recorrían el camino que sabían podía cambiar
su parecer hacia los cuentos que los juglares cantaban con acompañamiento
musical en las plazas del pueblo.
En cuanto llegaron
al lado del fuego, se miraron sonrientes. No corrían peligro. Sus corazones
palpitaban con fuerza todavía por el miedo. Kasside vio cómo su hermano
empezaba a bailar alrededor del fuego.
— ¡Estoy cantando
alrededor del fuego en la noche de Walpurgis! Mírame, Kasside.
La joven rio a
carcajadas mientras aplaudía su extraña danza.
No sabía cuánto
tiempo había pasado desde que su hermano inició su baile hasta que ella escuchó
un ruido tras ella. Se giró espantada, sintiendo un escalofrío en su espalda.
No vio nada, probablemente a causa de la oscuridad. Volvió a mirar a su
hermano, que no parecía haberse dado cuenta, pero decidió no bajar la guardia.
Oyó murmullos a su
alrededor, por un momento le pareció que eran voces, pero descartó aquella
idea, ya que lo que escuchaba no parecía pertenecer a lo humano.
Se giró de nuevo,
mirando por todas partes. Escuchaba aquel sordo ruido cerca de ella, pero no
veía nada ni nadie. No obstante, se fijó en que la oscuridad que rodeaba la
hoguera era más oscura que la que se extendía por todo el monte. Más
acostumbrada, llegó a distinguir una masa gelatinosa y negra, larga y gruesa
que se movía en un baile similar al de su hermano. Su hermano. No pudo evitar
que le temblara la voz cuando le avisó.
—Arlen… No estamos
solos.
Su hermano se
detuvo, mirando a su alrededor. Y justo en ese momento, una gran figura negra
se abalanzó sobre él, sin molestarse en acallar sus gritos de clemencia.
Kasside se quedó
unos instantes pensando en qué había ocurrido. Cuando la información llegó a su
mente, echó a correr en dirección a su hermano, que había sido silenciado por
ese monstruo que tenía encima.
—¡Arlen! ¡Arlen!
Estaba dispuesta a
tirarse encima de aquella bestia oscura y lo sabía. Reunió todo el valor
necesario mezclado con la brutalidad de su padre y saltó sobre la criatura,
abriendo la boca para morderle, pero entonces una fuerza superior a la suya la
apartó en un segundo de su hermano y su agresor, y la catapultó al otro lado de
la hoguera. Sus piernas chocaron contra algo muy fuerte. Cuando recuperó la
conciencia, lo vio. La gran piedra tallada.
Sintió que se
elevaba en el aire lentamente, por lo que se abatió tratando de volver al
suelo. La energía mágica que la movía la dejó sobre la superficie de la piedra,
y como si ésta estuviera hecha de una fuerza succionadora, sus brazos se
pegaron a ésta, arriba de su cabeza, y al poco rato sus piernas también dejaron
de responderle.
Una enorme masa se
acercó rápidamente, y le rasgó el vestido. Al poco rato, Kasside se sintió
completamente desnuda ante esa bestia irreconocible, mientras escuchaba de
nuevo los gritos de su hermano, que la llamaban sin parar.
Notó el dolor de
unas punzantes garras en sus muslos. El miedo le impedía gritar, pero cuando
ese ser la penetró, un grito seco y escalofriante salió desde lo más hondo de
su garganta. Mientras ese doloroso calor se apoderaba de su interior, sintió
aquellos murmullos más audibles e inteligibles. Giró la cabeza hacia la masa
negruzca, y notó que cada vez le era más fácil distinguir rostros y siluetas.
Varios hombres y mujeres sin apenas vestimenta se agitaban con fuerza, algunos
gritando y cantando, otros bailando una extraña danza sin apenas moverse de su
sitio.
Un apestoso
aliento se internó en sus fosas nasales. Kasside se decidió por volverse a
observar la criatura que había decidido entrar en su cuerpo por la fuerza y
ahogó un grito al ver el rostro demacrado de un hombre de ojos negros y sonrisa
sarcástica. Ya desde el primer momento supo que no olvidaría jamás esa sonrisa.
Cuando el hombre
acabó con ella, se incorporó y corrió saltando enérgicamente alrededor del
fuego, vitoreando con fuerza en una lengua extraña.
Kasside alcanzó a ver el cuerpo inerte de su hermano, al lado de la figura
del ser de ojos negros. Sintió que le había llenado el cuerpo de una nueva
esencia, más pesada, y que a causa de ello su alma la había abandonado.
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