“Quiero a mi madre. Y a mi padre. Adoro a
mis padres. Siempre se preocupan por mí. Siempre me lo dan todo. Siempre me
quieren como yo les quiero a ellos. Jamás hemos discutido. Somos una familia
feliz.
>>Adoro cuando me acompañan al
colegio los dos, cogidos de la mano y me hacen cosquillas. Mis risas son lo
único que importa en ese momento. Luego, cuando entro en clase, veo desde la
ventana cómo me saludan.
>>Adoro cuando comemos juntos.
Siempre somos los tres los que hacemos la comida; mi madre cocina y mi padre y
yo preparamos los ingredientes para ella. Luego los tres nos deleitamos con
nuestra obra maestra.
>>Adoro cuando me llevan a la cama.
Cuando me cuentan un cuento antes de acostarme. Cuando me dan un beso de buenas
noches y me ayudan a entrar en el más profundo y hermoso de los sueños.
>>Quiero a mis padres. Somos una
familia feliz”
Un ruido de fuertes pisadas hizo volver a
la niña a la realidad. Tembló y se ocultó todavía más bajo en mueble en el que
se había escondido. Un gran peso cayó a su lado. Horrorizada, dirigió la mirada
a los ojos sin vida de su madre, que la observaban desde el suelo, en una mueca
gélida, demostrando el esfuerzo que había realizado tratando de salvarle la
vida. El teléfono destrozado en mil pedazos se esparcía por el suelo. A su
lado, unos pies grandes se paseaban lentamente susurrando el nombre de la niña.
Ésta agachó la cabeza, cerró los ojos, se tapó los oídos y trató de que no se
la oyera respirar.
“Quiero a mi madre. Y a mi padre. Somos
una familia feliz. Somos una familia feliz. Somos una familia feliz…”
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