En un día cualquiera, en un lugar muy
apartado de la sociedad y cuya existencia se desconoce, un funcionario ejercía
su cargo en la Agencia del Destino, la cual estaba formada por unos cuantos
departamentos, entre ellos el Destino del Nacimiento, el Destino del Trabajo o
el Destino de las Relaciones. Entre los subdepartamentos de éste último
(Relaciones de Amistad, de Familia y de Amor) el funcionario ocupaba un puesto en
el departamento del Destino de las Relaciones de Amor.
Según él mismo, su trabajo siempre había
resultado sencillo; ocupaba una mesa sobre la que había dos montones de cartas
separados. Una mano robótica cogía una
carta de un montón y del otro y las situaba frente a él. Entonces, su trabajo era
adherirlas sobre un papel con unas directrices sobre las relaciones y la
función que el Destino ejercía sobre ellas; pero el funcionario no solía leerlas,
sino que directamente estampaba el sello oficial de la Agencia del Destino y enviaba
el escrito con las cartas a una máquina que lo mandaba a la sociedad para que el
Destino se cumpliera. Esto era debido a que cada carta mostraba el rostro de un
ser vivo de la sociedad, ya fuera un ser humano, un platanistoideo, un coccinélido…
todos tenían el papel de relacionarse amorosamente en la sociedad, y la Agencia
se encargaba de fijar oficialmente su destino, el cual jamás se había
incumplido.
La Agencia tenía una política de
relaciones amorosas fija y estricta que se basaba en la razón de la biología de
los seres de la tierra, por lo que un ser masculino debía relacionarse siempre
con un ser femenino para que la sociedad pudiera avanzar. Esta política, según observó
el funcionario a lo largo de los años, se había traducido en conductas humanas
como la presión de los padres a entablar un matrimonio concertado, el capricho
de uno de los dos seres a relacionarse con el otro, la publicidad de relaciones
ideales en que se mantenía la existencia de ambos géneros o incluso un duelo
entre seres masculinos para conseguir una relación con el expectante ser
femenino. La Agencia se sintió siempre complacida con que su política fuera siempre
respetada e incluso avalada e idealizada por la sociedad.
Aquél era un día cualquiera en la misma
Agencia en la que el funcionario llevaba trabajando desde hacía siglos, por eso
se centró en su trabajo y esperó a que la mano robótica le situara las dos
cartas para realizar el procedimiento. Las dos primeras mostraban un gato negro
y una gata blanquecina, las siguientes, una mujer morena y un hombre sin
demasiado pelo, ambos con destacada diferencia de edad, el tercer par exhibía a
dos pericos, uno blanco y otro azulado. El funcionario situó los papeles uno
tras otro en la máquina que los enviaba a la sociedad y deseó que aquellas tres
relaciones fueran complacientes para sus respectivos miembros.
Esperó a que la mano robótica cogiera las
dos siguientes cartas para realizar su trabajo de nuevo. Sin embargo, sintió
que algo no iba bien cuando vio que la primera carta mostraba el rostro de un
hombre joven, rubio, y la otra carta… a otro hombre, igualmente rubio… Se rascó
la cabeza, pensando en qué debía hacer. De todas formas, la mano robótica no
repetía su procedimiento hasta que el funcionario hubiera enviado el papel
sellado con las cartas a la máquina, así que se levantó de su asiento y fue a
buscar a su superior. Éste llegó en el acto y se quedó igual de extrañado.
—Se trata de un error del mero azar
—comentó el superior, sin darle la más mínima importancia.
—Pero el azar no existe en las relaciones,
sólo existe el Destino —recordó la principal directriz que la Agencia exponía a
sus trabajadores.
—Tranquilo, voy a reprogramar la mano robótica
para que elija de nuevo; vuelve a dejar
las cartas en los montones correspondientes.
Orden, tranquilidad, profesionalidad,
optimismo y la capacidad de aportar soluciones aptas para cualquier imprevisto
eran los puntos fuertes que describían la eficacia de la Agencia del Destino. El
funcionario hizo lo que su superior había ordenado: dejó las dos cartas en sus
respectivos montones y esperó a que la mano robótica eligiera de nuevo. Su
superior pulsó confiadamente unas teclas de una computadora portátil en
miniatura que debía tener a mano siempre y luego se mantuvo al lado del
funcionario para observar cómo funcionaba la reprogramación que acababa de
introducir. La mano robótica eligió la primera carta. El funcionario se alegró al
ver que mostraba el rostro de una mujer rubia. Luego eligió la segunda carta…
era otra mujer. El funcionario sintió cómo se le erizaba el vello del cuerpo y
una opresión acudía a su pecho. ¿Qué estaba pasando? El superior se removía
inquieto a su lado.
—¡Cambia las cartas! —ordenó con la voz
seca.
—No puedo hacer eso. Va contra las normas
de la Agencia.
—Lo que está haciendo el programa de la
mano robótica sí que va contra la política más importante del subdepartamento
de la Agencia. Las cambiaré yo e informaré de este incidente a la directiva.
El superior cambió una de las cartas por
otra de las que había elegido en un primer momento la mano robótica, la del
montón de la derecha, que mostraba a uno de los jóvenes rubios, realizó el
procedimiento oficial, selló el papel y lo envió a la máquina. Esperaron los
dos, inquietos ante la posibilidad de que se produjese alguna desavenencia,
pero parecía que todo iba bien. Sin embargo, cuando la mano robótica debía
elegir de nuevo las dos cartas, sucedió un fallo técnico; se detuvo durante
unos instantes en medio de un movimiento y el funcionario vio cómo un tubo
propulsor comunicado con la sociedad expulsaba las dos cartas que el
funcionario había sellado en el papel de la Agencia.
—Espera a que reaccione —detuvo así el
superior cualquier duda del funcionario.
En efecto, la mano robótica reaccionó
nuevamente y eligió dos nuevas cartas… pero éstas eran las de los dos jóvenes
rubios que había elegido en un principio.
—¡Prueba a sellarlas! Cuando las expulse
de nuevo informaré de que el programa tiene un grave fallo técnico.
El funcionario hizo lo ordenado y envió el
papel sellado a la máquina, la cual mandó dicho documento a la sociedad.
Esperaron, esperaron, esperaron… Pero el tubo propulsor no expulsó ninguna
carta. La mano robótica eligió dos nuevas cartas, las dos mujeres que había
elegido después de los hombres jóvenes. Algo estaba claro, y era que la mano
robótica parecía segura de la elección que hacía, ya que nunca obedecía al
azar, sino al Destino.
—Voy a investigar la relación de los dos
hombres; si es un desastre la dirección de la Agencia nos denunciará por
corrupción.
El superior sacó su pequeña computadora
portátil y tecleó unos comandos, hasta que la pantalla mostró una escena de dos
seres humanos en un salón de una casa humilde, ambos hombres, abrazados,
sonrientes,… complacidos.
—Se… se quieren, se les ve satisfechos con
la elección —se extrañó el superior—. Sella estas dos cartas y realiza el
procedimiento habitual, ahora informaré a la directiva de esta desavenencia.
El funcionario hizo lo que se le había ordenado.
Selló las dos cartas que mostraban a dos mujeres y envió el papel a la máquina.
Mientras ésta procesaba el documento, el funcionario asimiló la nueva
información.
Estaba claro que había habido un cambio en la sociedad, las nuevas
relaciones, ambas aptas y complacientes, no respondían a la biología…, sin
embargo, sí respondían a la acción que daba nombre al subdepartamento: al Amor.
Estaba claro que este cambio no era acción del azar, porque el azar no existía
en las relaciones. Simplemente, así lo había decidido el Destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario