miércoles, 23 de octubre de 2019

RELATO: Destino


En un día cualquiera, en un lugar muy apartado de la sociedad y cuya existencia se desconoce, un funcionario ejercía su cargo en la Agencia del Destino, la cual estaba formada por unos cuantos departamentos, entre ellos el Destino del Nacimiento, el Destino del Trabajo o el Destino de las Relaciones. Entre los subdepartamentos de éste último (Relaciones de Amistad, de Familia y de Amor) el funcionario ocupaba un puesto en el departamento del Destino de las Relaciones de Amor.
Según él mismo, su trabajo siempre había resultado sencillo; ocupaba una mesa sobre la que había dos montones de cartas separados.  Una mano robótica cogía una carta de un montón y del otro y las situaba frente a él. Entonces, su trabajo era adherirlas sobre un papel con unas directrices sobre las relaciones y la función que el Destino ejercía sobre ellas; pero el funcionario no solía leerlas, sino que directamente estampaba el sello oficial de la Agencia del Destino y enviaba el escrito con las cartas a una máquina que lo mandaba a la sociedad para que el Destino se cumpliera. Esto era debido a que cada carta mostraba el rostro de un ser vivo de la sociedad, ya fuera un ser humano, un platanistoideo, un coccinélido… todos tenían el papel de relacionarse amorosamente en la sociedad, y la Agencia se encargaba de fijar oficialmente su destino, el cual jamás se había incumplido.
La Agencia tenía una política de relaciones amorosas fija y estricta que se basaba en la razón de la biología de los seres de la tierra, por lo que un ser masculino debía relacionarse siempre con un ser femenino para que la sociedad pudiera avanzar. Esta política, según observó el funcionario a lo largo de los años, se había traducido en conductas humanas como la presión de los padres a entablar un matrimonio concertado, el capricho de uno de los dos seres a relacionarse con el otro, la publicidad de relaciones ideales en que se mantenía la existencia de ambos géneros o incluso un duelo entre seres masculinos para conseguir una relación con el expectante ser femenino. La Agencia se sintió siempre complacida con que su política fuera siempre respetada e incluso avalada e idealizada por la sociedad.
Aquél era un día cualquiera en la misma Agencia en la que el funcionario llevaba trabajando desde hacía siglos, por eso se centró en su trabajo y esperó a que la mano robótica le situara las dos cartas para realizar el procedimiento. Las dos primeras mostraban un gato negro y una gata blanquecina, las siguientes, una mujer morena y un hombre sin demasiado pelo, ambos con destacada diferencia de edad, el tercer par exhibía a dos pericos, uno blanco y otro azulado. El funcionario situó los papeles uno tras otro en la máquina que los enviaba a la sociedad y deseó que aquellas tres relaciones fueran complacientes para sus respectivos miembros.
Esperó a que la mano robótica cogiera las dos siguientes cartas para realizar su trabajo de nuevo. Sin embargo, sintió que algo no iba bien cuando vio que la primera carta mostraba el rostro de un hombre joven, rubio, y la otra carta… a otro hombre, igualmente rubio… Se rascó la cabeza, pensando en qué debía hacer. De todas formas, la mano robótica no repetía su procedimiento hasta que el funcionario hubiera enviado el papel sellado con las cartas a la máquina, así que se levantó de su asiento y fue a buscar a su superior. Éste llegó en el acto y se quedó igual de extrañado.
—Se trata de un error del mero azar —comentó el superior, sin darle la más mínima importancia.
—Pero el azar no existe en las relaciones, sólo existe el Destino —recordó la principal directriz que la Agencia exponía a sus trabajadores.
—Tranquilo, voy a reprogramar la mano robótica para que elija de nuevo; vuelve  a dejar las cartas en los montones correspondientes.
Orden, tranquilidad, profesionalidad, optimismo y la capacidad de aportar soluciones aptas para cualquier imprevisto eran los puntos fuertes que describían la eficacia de la Agencia del Destino. El funcionario hizo lo que su superior había ordenado: dejó las dos cartas en sus respectivos montones y esperó a que la mano robótica eligiera de nuevo. Su superior pulsó confiadamente unas teclas de una computadora portátil en miniatura que debía tener a mano siempre y luego se mantuvo al lado del funcionario para observar cómo funcionaba la reprogramación que acababa de introducir. La mano robótica eligió la primera carta. El funcionario se alegró al ver que mostraba el rostro de una mujer rubia. Luego eligió la segunda carta… era otra mujer. El funcionario sintió cómo se le erizaba el vello del cuerpo y una opresión acudía a su pecho. ¿Qué estaba pasando? El superior se removía inquieto a su lado.
—¡Cambia las cartas! —ordenó con la voz seca.
—No puedo hacer eso. Va contra las normas de la Agencia.
—Lo que está haciendo el programa de la mano robótica sí que va contra la política más importante del subdepartamento de la Agencia. Las cambiaré yo e informaré de este incidente a la directiva.
El superior cambió una de las cartas por otra de las que había elegido en un primer momento la mano robótica, la del montón de la derecha, que mostraba a uno de los jóvenes rubios, realizó el procedimiento oficial, selló el papel y lo envió a la máquina. Esperaron los dos, inquietos ante la posibilidad de que se produjese alguna desavenencia, pero parecía que todo iba bien. Sin embargo, cuando la mano robótica debía elegir de nuevo las dos cartas, sucedió un fallo técnico; se detuvo durante unos instantes en medio de un movimiento y el funcionario vio cómo un tubo propulsor comunicado con la sociedad expulsaba las dos cartas que el funcionario había sellado en el papel de la Agencia.
—Espera a que reaccione —detuvo así el superior cualquier duda del funcionario.
En efecto, la mano robótica reaccionó nuevamente y eligió dos nuevas cartas… pero éstas eran las de los dos jóvenes rubios que había elegido en un principio.
—¡Prueba a sellarlas! Cuando las expulse de nuevo informaré de que el programa tiene un grave fallo técnico.
El funcionario hizo lo ordenado y envió el papel sellado a la máquina, la cual mandó dicho documento a la sociedad. Esperaron, esperaron, esperaron… Pero el tubo propulsor no expulsó ninguna carta. La mano robótica eligió dos nuevas cartas, las dos mujeres que había elegido después de los hombres jóvenes. Algo estaba claro, y era que la mano robótica parecía segura de la elección que hacía, ya que nunca obedecía al azar, sino al Destino.
—Voy a investigar la relación de los dos hombres; si es un desastre la dirección de la Agencia nos denunciará por corrupción.
El superior sacó su pequeña computadora portátil y tecleó unos comandos, hasta que la pantalla mostró una escena de dos seres humanos en un salón de una casa humilde, ambos hombres, abrazados, sonrientes,… complacidos.
—Se… se quieren, se les ve satisfechos con la elección —se extrañó el superior—. Sella estas dos cartas y realiza el procedimiento habitual, ahora informaré a la directiva de esta desavenencia.
El funcionario hizo lo que se le había ordenado. Selló las dos cartas que mostraban a dos mujeres y envió el papel a la máquina. Mientras ésta procesaba el documento, el funcionario asimiló la nueva información.
  Estaba claro que había habido un cambio en la sociedad, las nuevas relaciones, ambas aptas y complacientes, no respondían a la biología…, sin embargo, sí respondían a la acción que daba nombre al subdepartamento: al Amor. Estaba claro que este cambio no era acción del azar, porque el azar no existía en las relaciones. 
  Simplemente, así lo había decidido el Destino.

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